¿CÓMO FUNCIONA?
A. Postura, equilibrio y respiración
La postura es un término estrechamente relacionado con el poise (el equilibrio) y la Técnica Alexander, y tiene un significado más amplio del que le solemos atribuir. Normalmente, cuando hablamos de postura pensamos en términos de posición o colocación rígidas, y la consideramos “buena” (fija, artificial y forzada) o “mala” (todas las demás). De hecho, la postura incluye todo aquello relacionado con el esfuerzo más básico y fundamental que hacemos: organizar y movilizar nuestro propio peso en dirección hacia arriba para contrarrestar la constante solicitud hacia abajo que ejerce la fuerza de la gravedad.
Desde el campo de la neurofisiologia, se describe la postura como la “posición adoptada para facilitar el próximo ajuste, adaptación o movimiento que vamos a hacer”. Desde este punta de vista, la postura se convierte en algo mucho más dinámico y sensible, y además incorpora elementos como el tono muscular (tensión y relajación), el equilibrio, la mecánica del cuerpo, la forma y el funcionamiento y un largo etcétera. En definitiva, la postura es el uso que hacemos de todas las partes de nuestro cuerpo cuando las coordinamos para mantenernos de pie y en movimiento.
Curiosamente, la postura también está íntimamente relacionada con la respiración. El modo como el cuerpo se organiza en respuesta a la gravedad afecta directamente a la forma y el tono del tronco, donde están situados los pulmones, así como a la capacidad de movimiento que precisan la caja torácica, el diafragma y el abdomen para respirar libremente.
Nuestra postura es la base de nuestro equilibrio, que también es más sutil de lo que a simple vista parece. Hay dos funciones primordiales involucradas en el equilibrio: la estabilidad y la movilidad. Y las necesitamos a ambas simultáneamente: la estabilidad en el movimiento y la libertad en la estabilidad. Las complicaciones surgen porque equilibrarnos sobre dos pies en un campo gravitatorio exige una habilidad motora compleja. Inconscientemente, solemos fijar en exceso y retener algunas partes del cuerpo, y luego compensamos relajando demasiado, derrumbándonos en otras. Un buen equilibrio combina hábilmente estas dos facetas, de manera que la estabilidad y la movilidad se apoyan mutuamente.
Cuando las dos facetas de estabilidad y movilidad están bien sincronizadas, podemos respirar libremente, sin restricciones. La coordinación de esos tres elementos (estabilidad, movilidad y respiración) en un equilibrio dinámico es el fundamento de la posición vertical de los humanos.
“La posición correcta no existe, pero sí existe una dirección correcta.“
B. La unidad psicofísica
Desde el punto de vista anatómico y fisiológico, hay una serie de sistemas y procesos involucrados en nuestro equilibrio. El sistema musculoesquelético es el más evidente, con los huesos, músculos y tejido conjuntivo, así como con los órganos del equilibrio y la propriocepción (percepción de la relación existente entre distintas partes del cuerpo, y entre el cuerpo como unidad y el entorno) y toda una red de mecanismos antigravitatorios y de soporte postural.
Algo quizás menos evidente, pero más decisivo, es el papel que juega el sistema nervioso. El equipamiento fisiológico de nuestro sistema de soporte postural funciona, en gran parte, de forma automática. Así es como debe ser, ya que las tareas involucradas en regular y mantener constantemente el equilibrio son demasiado complejas para que el cerebro las controle conscientemente… con una condición: es necesario quererlo, ya que el óptimo funcionamiento del sistema de soporte postural depende de nuestra voluntad de utilizarlo correctamente.
Cuando hablamos de postura, equilibrio y movimiento, el modo como decidimos coordinarnos y organizarnos determina la calidad de su funcionamiento.
Gracias a su investigación y a su práctica pedagógica, F. M. Alexander se percató de la inutilidad de dividir a la persona entre «mental» y «física». Su trabajo se basa en el principio de la unidad psicofísica , no como un término teórico o filosófico, sino como una realidad concreta. Sus descubrimientos demuestran que el pensamiento, la intuición, la sensibilidad, y los sistemas físicos forman parte todos ellos de un único organismo, y que cualquier actividad en uno de ellos afecta inmediatamente a los demás, para bien y para mal.
Cuando la coordinación neuromuscular (unidad psicofísica) funciona sin estorbo, estamos dirigiendo, de forma activa e intencionada, nuestro sistema de soporte postural para que trabaje en todo su potencial. Esta dirección consciente cataliza la respuesta antigravitatoria del cuerpo, su capacidad inherente de responder a la fuerza de la gravedad, con una expansión integral hacia arriba.
Esta expansión integral es el sello característico del equilibrio (poise), y facilita y sustenta cada acción y cada aliento que hacemos. Nos proporciona un nivel de funcionamiento óptimo a cada momento, y va mejorando en la medida que decidimos utilizarlo.
“La Técnica Alexander afecta a un mecanismo neuromuscular muy preciso en el que los sistemas de equilibrio, la postura, el control de la tensión muscular y nuestra actitud y estado mental están entrelazados e interconectados. No sé de ninguna otra técnica que reconozca tan claramente la interdependencia de estas funciones.“